lunes, 2 de diciembre de 2013

Bienaventurados los Pacificadores Se nos recuerda aquí lo necio y vano que es interpretar así este pasaje bíblico. ¿Por qué son bienaventurados los pacificadores? La respuesta es que lo son porque son distintos a todo el mundo. Los pacificadores son bienaventurados porque son los que se destacan como diferentes del resto del mundo, y son diferentes porque son hijos de Dios. En otras palabras, volvemos a encontrarnos en medio de la teología y doctrina del Nuevo Testamento.
Permítanme hacer la pregunta de otro modo. ¿Por qué hay guerras en el mundo? ¿Por qué hay esa tensión internacional constante? ¿Qué le pasa al mundo? ¿Por qué ha habido esas guerras mundiales en este siglo? ¿Por qué sigue habiendo peligro de guerra y por qué hay toda esa intranquilidad, desacuerdo y conflictos entre los hombres? Según esta Bienaventuranza, hay una sola respuesta a estas preguntas —el pecado. Nada más; sólo el pecado. Nos volvemos a encontrar, pues, de inmediato con la doctrina del hombre y con la doctrina del pecado-teología, de hecho. El pacificador ya no es lo que era; esto es teología.

La explicación de todos nuestros problemas es la concupiscencia, codicia, egoísmo, egocentrismo, humanos; es la causa de todos los problemas y disensiones, sea entre individuos o entre grupos en una misma nación, o entre naciones. Por ello no se puede comenzar a entender el problema del mundo moderno a no ser que uno acepte la doctrina del Nuevo Testamento respecto al hombre y al pecado, y en este pasaje se nos vuelve a inculcar.

O enfoquémoslo de este otro modo. ¿Por qué hay tantos problemas y dificultades en mantener la paz en el mundo? Pensemos en todas las interminables reuniones internacionales que se han celebrado en este siglo para tratar de conseguir la paz. ¿Por qué han fracasado todas ellas y por qué estamos llegando a un punto en que muy pocos tienen confianza en reuniones que los hombres celebren? ¿Cómo se explica esto? ¿Por qué fracasó la Liga de Naciones? ¿Por qué parece estar fracasando las Naciones Unidas? ¿Qué pasa? Me parece que hay una sola respuesta adecuada para estas preguntas; y no es ni política, ni económica, ni social. 

La respuesta una vez más es esencial y primordialmente teológica y doctrinal. Y porque el mundo en su necedad y ceguera no lo reconoce, pierde tanto tiempo. El problema, según la Escritura, está en el corazón del hombre, y hasta que el corazón del hombre no cambie, nunca se resolverá su problema tratando de manipular la superficie. Si la raíz del problema se halla en el manantial del que procede la corriente, ¿no es evidente que es perder el tiempo, el dinero y la energía echar sustancias químicas en la corriente a fin de corregir el mal estado de las aguas? Hay que ir a la raíz.

Fragmento de "El Sermón del Monte" de Martyn Loyd-Jones.


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