Sé,
naturalmente, que el Enemigo también quiere apartar de sí mismos a los
hombres, pero en otro sentido. Recuerda
siempre que a Él le gustan realmente esos gusanillos, y que da un absurdo valor a la individualidad de cada uno de ellos. Cuando Él habla de
que pierdan su "yo", se
refiere tan sólo a que abandonen el
clamor de su propia voluntad. Una vez
hecho esto, Él les devuelve realmente
toda su personalidad, y pretende (me
temo que sinceramente) que, cuando
sean completamente Suyos, serán más
"ellos mismos" que nunca.
Por tanto, mientras que Le encanta ver que sacrifican a su voluntad hasta sus
deseos más inocentes, detesta ver que se alejen de su propio
carácter por cualquier otra razón. Y
nosotros debemos inducirles siempre a
que hagan eso. Los gustos y las
inclinaciones más profundas de un hombre
constituyen la materia prima, el punto de partida que
el Enemigo le ha proporcionado. Alejar
al hombre de ese punto de partida es siempre, pues,
un tanto a nuestro favor; incluso
en cuestiones indiferentes, siempre es conveniente
sustituir los gustos y las aversiones
auténticas de un humano por los
patrones mundanos, o la convención, o la
moda. Yo llevaría esto muy lejos: haría una norma erradicar de mi paciente cualquier
gusto personal intenso que no
constituya realmente un pecado,
incluso si es algo tan completamente
trivial como la afición al cricket, o a coleccionar sellos, o a beber batidos
de cacao.
Estas cosas, te lo aseguro, de virtudes
no tienen nada; pero hay en ellas una
especie de inocencia, de humildad, de
olvido de uno mismo, que me hacen
desconfiar de ellas; el hombre que
verdadera y desinteresadamente disfruta de algo, por ello mismo, y sin importarle un comino lo que digan los demás, está
protegido, por eso mismo, contra algunos
de nuestros métodos de ataque más
sutiles. Debes tratar de hacer
siempre que el paciente abandone la gente,
la comida o los libros que le gustan de
verdad, y que los sustituya por la "mejor" gente, la comida
"adecuada" o los libros "importantes".
Conocí a un humano que se vio defendido de fuertes tentaciones de ambición social por una afición, más fuerte todavía, a los guisados con
cebolla. Falta considerar de qué forma
podemos resarcirnos de este desastre. Lo
mejor es impedir que haga cualquier
cosa. Mientras no lo ponga en práctica,
no importa cuánto piense en este nuevo
arrepentimiento. Deja que el animalillo
se revuelque en su arrepentimiento.
Déjale, si tiene alguna inclinación en ese
sentido, que escriba un libro sobre él; suele ser una manera excelente de esterilizar las semillas que el Enemigo planta en el
alma humana. Déjale hacer lo que sea,
menos actuar. Ninguna cantidad, por
grande que sea, de piedad en su
imaginación y en sus afectos nos perjudicará,
si logramos mantenerla fuera de su voluntad. Como dijo uno de
los humanos, los hábitos activos se
refuerzan por la repetición, pero los pasivos se
debilitan. Cuanto más a menudo sienta
sin actuar, menos capaz será de llegar
a actuar alguna vez, y, a la larga,
menos capaz será de sentir.