lunes, 30 de septiembre de 2013

Un poco más del interesante libro "Cartas del diablo a su sobrino", de C.S.Lewis.


Sé,  naturalmente, que el Enemigo también quiere apartar de sí mismos a los hombres,  pero en otro sentido. Recuerda siempre que a Él le gustan realmente esos gusanillos, y que da  un absurdo valor a la individualidad de  cada uno de ellos. Cuando Él habla de que  pierdan su "yo", se refiere tan sólo a que  abandonen el clamor de su propia  voluntad. Una vez hecho esto, Él les  devuelve realmente toda su   personalidad, y pretende (me temo que  sinceramente) que, cuando sean  completamente Suyos, serán más "ellos mismos" que  nunca.
Por tanto, mientras que Le encanta  ver que sacrifican a su voluntad hasta sus deseos más inocentes, detesta ver que se alejen de  su  propio carácter por cualquier otra razón. Y  nosotros debemos inducirles siempre a  que  hagan eso. Los gustos y las inclinaciones  más profundas de un hombre constituyen  la  materia prima, el punto de partida que el  Enemigo le ha proporcionado. Alejar al  hombre de   ese punto de partida es siempre, pues, un  tanto a nuestro favor; incluso en  cuestiones  indiferentes, siempre es conveniente sustituir los gustos y las aversiones  auténticas de un   humano por los patrones mundanos, o la  convención, o la moda. Yo llevaría esto  muy lejos:  haría una norma erradicar de mi paciente cualquier gusto personal intenso que no  constituya  realmente un pecado, incluso si es algo  tan completamente trivial como la afición  al cricket,  o a coleccionar sellos, o a beber batidos de  cacao.
Estas cosas, te lo aseguro, de  virtudes  no tienen nada; pero hay en ellas una  especie de inocencia, de humildad, de  olvido de uno  mismo, que me hacen desconfiar de ellas;  el hombre que verdadera y  desinteresadamente  disfruta de algo, por ello mismo, y sin  importarle un comino lo que digan los  demás, está   protegido, por eso mismo, contra algunos  de nuestros métodos de ataque más  sutiles.   Debes tratar de hacer siempre que el  paciente abandone la gente, la comida o  los libros que le gustan de verdad, y que los sustituya por la "mejor" gente, la comida "adecuada" o  los   libros "importantes".
Conocí a un humano  que se vio defendido de fuertes  tentaciones de   ambición social por una afición, más  fuerte todavía, a los guisados con cebolla.   Falta considerar de qué forma podemos  resarcirnos de este desastre. Lo mejor es   impedir que haga cualquier cosa. Mientras  no lo ponga en práctica, no importa cuánto   piense en este nuevo arrepentimiento.  Deja que el animalillo se revuelque en su  arrepentimiento. Déjale, si tiene alguna  inclinación en ese sentido, que escriba un  libro sobre  él; suele ser una manera excelente de  esterilizar las semillas que el Enemigo  planta en el  alma humana. Déjale hacer lo que sea,  menos actuar. Ninguna cantidad, por  grande que  sea, de piedad en su imaginación y en sus  afectos nos perjudicará, si logramos  mantenerla  fuera de su voluntad. Como dijo uno de los  humanos, los hábitos activos se refuerzan  por la   repetición, pero los pasivos se debilitan.  Cuanto más a menudo sienta sin actuar, menos   capaz será de llegar a actuar alguna vez, y,  a la larga, menos capaz será de sentir.   




sábado, 28 de septiembre de 2013

Para nosotros, un humano es, ante todo, un alimento; nuestra meta es absorber su voluntad en la nuestra, el aumento a su expensa de nuestra propia área de personalidad. Pero la obediencia que el Enemigo exige de los hombres es otra cuestión. Hay que encararse con el hecho de que toda la palabrería acerca de Su amor a los hombres, y de que Su servicio es la libertad perfecta, no es (como uno creería con gusto) mera propaganda, si no espantosa verdad. Él realmente quiere llenar el universo de un montón de odiosas pequeñas réplicas de sí mismo: criaturas cuya vida, a escala reducida, será cualitativamente como la Suya propia, no porque Él las haya absorbido si no porque sus voluntades se pliegan libremente a la Suya. 

Nosotros queremos ganado que pueda finalmente convertirse en alimento; Él quiere, siervos que finalmente puedan convertirse en hijos. Nosotros queremos sorber; Él quiere dar. Nosotros estamos vacíos y querríamos estar llenos; Él está lleno y rebosa. Nuestro objetivo de guerra es un mundo en el que Nuestro Padre de las profundidades haya absorbido en su interior a todos los demás seres; el Enemigo desea un mundo lleno de seres unidos a Él pero todavía distintos.

Extraído del libro "Cartas del diablo a su sobrino", de C.S.Lewis.