La confesión expone nuestros secretos y liberta al corazón
del opresivo poder de la culpa. Pero no estoy hablando de la clase de confesión
a la que la mayoría de nosotros estamos acostumbrados, es decir, una simple
admisión de culpabilidad en un incidente en particular. “Si mamá yo rompí el
florero”. “Si cariño yo bebí la leche directamente de la botella de nuevo”. “Si
oficial, el semáforo estaba en rojo”. Esa clase de confesión apacigua nuestra
conciencia temporalmente, pero no hace nada para exponer los secretos más
hondos que llevamos. Y son los secretos que mantienen nuestro corazón en
conflicto.Peor todavía, esta clase de confesión en realidad puede
alimentar la conducta destructiva en lugar de refrenarla, lo que conduce a más
secretos y mayor culpa.
(…) La confesión era para aliviar la culpa. Sabía incluso
cuando me estaba confesando que volvería al día siguiente para revelar los
mismos pecados. Mi rutina no tenía nada que ver con el cambio. Simplemente
quería sentirme mejor.
Lo más probable es
que usted también haya jugado su propia
versión del juego de la confesión. Algunos se confiesan ante un religioso,
otros se confiesan directamente ante Dios, pero ninguno de nosotros en realidad
se interesa en cambiar algo. Sin embargo, es seguro que nos sentimos mejor en
cuanto a nosotros mismos. La nube se levanta. La pizarra queda limpia. Y ahora
que hemos saldado cuentas con Dios, pensamos tal vez que él está de nuestro
lado. No obstante, ¿se pondría usted del lado de alguien que lo trató de esa
manera?
(…) Digámoslo tal como es: nuestro enfoque de la confesión
es un insulto a nuestro Padre Celestial. De seguro ni soñaríamos en continuar
manteniendo una relación con alguien que nos tratara de esa manera. Es bueno
que el amor de Dios sea condicional… de otra forma, todos estaríamos en
problemas.
¿Qué es lo que anda mal? ¿Por qué este ciclo interminable? ¿Cómo
es que permitimos que la confesión se vuelva una herramienta que facilita
nuestro pecado en lugar de terminarlo? Pues bien, me alegro de que lo
preguntara. O de que se lo haya preguntado yo.
En cualquier caso esa es una gran pregunta que merece consideración.
Jugamos el juego de la confesión porque en algún punto en el
camino se nos enseñó que el propósito de la confesión era aliviar la
conciencia. Es decir, nos confesamos a fin de lograr que nosotros mismos nos
sintamos mejor por lo que hemos hecho. Y si quiere darle un giro teológico al
asunto, confesamos porque pensamos que eso de alguna manera ayudará a Dios a
sentirse mejor por lo que nosotros hemos hecho. De acuerdo a nuestra manera
torcida de pensar, la confesión regresa todo a la manera en que era antes de
que hubiéramos hecho cualquier cosa que nos hizo sentir que necesitábamos
confesarnos.
Pero vamos, eso ni siquiera tiene sentido. ¿Cómo puede el
hecho de confesarle a Dios lo que usted le hizo a otra persona corregirlo todo?
¿Cómo puede eso restaurar algo? ¿Qué pasa con la persona que sufrió la ofensa?
Andy Stanley ("Viene de adentro")