viernes, 28 de febrero de 2014

¿Alguna vez abusaste de 1 Juan 1:9?


La confesión expone nuestros secretos y liberta al corazón del opresivo poder de la culpa. Pero no estoy hablando de la clase de confesión a la que la mayoría de nosotros estamos acostumbrados, es decir, una simple admisión de culpabilidad en un incidente en particular. “Si mamá yo rompí el florero”. “Si cariño yo bebí la leche directamente de la botella de nuevo”. “Si oficial, el semáforo estaba en rojo”. Esa clase de confesión apacigua nuestra conciencia temporalmente, pero no hace nada para exponer los secretos más hondos que llevamos. Y son los secretos que mantienen nuestro corazón en conflicto.Peor todavía, esta clase de confesión en realidad puede alimentar la conducta destructiva en lugar de refrenarla, lo que conduce a más secretos y mayor culpa.

(…) La confesión era para aliviar la culpa. Sabía incluso cuando me estaba confesando que volvería al día siguiente para revelar los mismos pecados. Mi rutina no tenía nada que ver con el cambio. Simplemente quería sentirme mejor.

Lo más probable  es que usted también  haya jugado su propia versión del juego de la confesión. Algunos se confiesan ante un religioso, otros se confiesan directamente ante Dios, pero ninguno de nosotros en realidad se interesa en cambiar algo. Sin embargo, es seguro que nos sentimos mejor en cuanto a nosotros mismos. La nube se levanta. La pizarra queda limpia. Y ahora que hemos saldado cuentas con Dios, pensamos tal vez que él está de nuestro lado. No obstante, ¿se pondría usted del lado de alguien que lo trató de esa manera?

(…) Digámoslo tal como es: nuestro enfoque de la confesión es un insulto a nuestro Padre Celestial. De seguro ni soñaríamos en continuar manteniendo una relación con alguien que nos tratara de esa manera. Es bueno que el amor de Dios sea condicional… de otra forma, todos estaríamos en problemas.

¿Qué es lo que anda mal? ¿Por qué este ciclo interminable? ¿Cómo es que permitimos que la confesión se vuelva una herramienta que facilita nuestro pecado en lugar de terminarlo? Pues bien, me alegro de que lo preguntara. O de que se lo haya preguntado yo.  En cualquier caso esa es una gran pregunta que merece consideración.

Jugamos el juego de la confesión porque en algún punto en el camino se nos enseñó que el propósito de la confesión era aliviar la conciencia. Es decir, nos confesamos a fin de lograr que nosotros mismos nos sintamos mejor por lo que hemos hecho. Y si quiere darle un giro teológico al asunto, confesamos porque pensamos que eso de alguna manera ayudará a Dios a sentirse mejor por lo que nosotros hemos hecho. De acuerdo a nuestra manera torcida de pensar, la confesión regresa todo a la manera en que era antes de que hubiéramos hecho cualquier cosa que nos hizo sentir que necesitábamos confesarnos.

Pero vamos, eso ni siquiera tiene sentido. ¿Cómo puede el hecho de confesarle a Dios lo que usted le hizo a otra persona corregirlo todo? ¿Cómo puede eso restaurar algo? ¿Qué pasa con la persona que sufrió la ofensa?

No solo no tiene sentido, sino que no resulta. Esta supuesta confesión no elimina nuestra culpa. Como un analgésico, nuestras oraciones fugaces de confesión le quitan el escozor a nuestro dolor, pero no curan la herida causada por nuestro pecado. Por eso usted se halla a repitiendo y confesando una y otra vez los pecados de su pasado. La culpa sigue allí.

Andy Stanley ("Viene de adentro")

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